jueves, 21 de noviembre de 2013

Bob Dylan, canción "Blowing in the wind", 1962



Los valores mencionados en esta canción son la libertad, compasión y la paz. Valores muy importantes en la vida de una persona.
Libertad,  el estado que permite al ser humano decidir si quiere hacer algo o no, lo hace libre pero también responsable de sus actos.
Compasión, compasión por el prójimo y por los que nos rodean.
Paz, la ausencia de inquietud, violencia o guerra.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Vuelta al hogar

VUELTA AL HOGAR


"Nuestros mejores soldados cruzando este Monte de leyenda"


El rey de Castilla había enviado a un grupo de soldados a investigar un problema en las fronteras del reino. Tras varias semanas allí, vuelven, esperemos, con buenas noticias. Nos han informado de que tendrán que pasar por el Monte de las Ánimas justo el día que, según las leyendas, se despiertan los templarios de sus tumbas. Esperemos que nuestros héroes vuelvan sanos y salvos.  

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Contra la violencia de género

*CON MIEDO*
Yo no tenía ninguna duda de lo que quería hacer. Quería largarme de aquel infierno cuánto antes, coger a mis niños y huir.
Llevaba unos meses, que me parecieron años, atormentada por el infierno en el que se había convertido mi vida, la cárcel que ahora era mi casa y mis niños que ahora eran mi escudo. Tantas y tantas discusiones habían dejado no solo marcas en mi piel, si no en mi alma.

Así que no me lo pensé más veces, cuando él estaba en el bar cogí mis cosas y a mis hijos y me fui. Cuando salí del portal me encontré con mi marido. Estaba asustada, ocurrió lo que me temía, recibí un golpe y caí al suelo.

-Está muerta-. Dijo él.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Un pastor en Turquía mata a un leopardo que se creía casi extinto






He elegido esta noticia porque me ha llamado la antención la foto con la que estaba publicada. La foto que la acompañaba es un leopardo con un color blanquecino y un especilista justo al lado. He encontrado esta noticia en el periódico EL PAÍS, en la sección de sociedad de las primeras. Esta noticia ocupa una página entera.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/11/06/actualidad/1383737558_308835.html

domingo, 3 de noviembre de 2013

El Monte de las Ánimas

Semejanzas y diferencias entre el cuento de Gustavo Adolfo Béquer y el vídeo de unos alumnos de 4º de ESO sobre el Monte de las Ánimas:

El cuento se cuenta de forma escrita. Su lenguaje es el lenguaje de la edad media. Nos cuenta cómo Alonso le narra la leyenda del Monte de las Ánimas. En esta Alonso cuenta que el monte pertenecía a los templarios, que hubo una batalla entre nobles y templarios y que murieron muchos. Tras finalizar la historia Beatriz se da cuenta de que su pañuelo no está y Alonso decide ir a por él. A la mañana siguiente Alonso aparece muerto. Un hombre describe que vio a una mujer llorando y corriendo alrededor de la tumba de Alonso.



El vídeo se cuenta de forma oral. Su lenguaje es cotidiano. Es una narración teatral, a diferencia del cuento que es literaria. Tiene varios personajes y un narrador omnisciente. Cuenta como Alonso y Beatriz, dos chicos de barrio, se adentran en el Monte de las Ánimas. Allí se encuentran una ouija que deletrea el nombre de Beatriz. Salen atemorizados y Beatriz se olvida el móvil (una semejanza al pañuelo del cuento). Alonso vuelve y más tarde aparece muerto.

"Noche de Brujas. En la casa en el árbol"



 Era Noche de Brujas y los chicos se contaban historias de terror.
    Estaban los cuatro en la casa del árbol que solían utilizar como punto de encuentro. Eran las doce y media de la noche y los haces de las linternas formaban sombras movedizas en los rincones. Los rostros de los chicos, todos ellos pálidos y tensos, flotaban como globos en la oscuridad. Era el turno de Ramiro de contar su historia, y comenzó así:
    -No voy a hablar de vampiros, tampoco de hombres lobos ni cementerios abandonados, sino de algo que ocurrió de verdad. Aquí, en esta cuadra. Para ser más precisos, en este mismo árbol.
    -Somos todos oídos- dijo Federico, algo burlón.
    -Un vecino se colgó de una de las ramas- dijo Ramiro, señalando hacia fuera-. Fue hace mucho. El viejo Jeremía, que vive a la vuelta de mi casa, me contó la historia. Dijo que el tipo se llamaba Martínez, y estaba totalmente loco. Todo el mundo le tenía miedo. Por las noches gritaba y se escuchaban extrañas voces en su casa, aunque el tipo vivía solo. Y los perros. Siempre aparecía un perro muerto en su vereda. Algunos decían que él los envenenaba. Otros, que los utilizaba como sacrificio para el Demonio. Decían que susurraba cosas terribles, y que en una ocasión atacó con un cuchillo a un repartidor de pizzas que pasaba por el lugar. Lo metieron en el loquero, pero al año salió. Y un mes después lo encontraron colgado de las ramas de este mismo árbol.
    -¿Eso es todo?- dijo Agustina, algo decepcionada con la historia.
    El otro chico negó con la cabeza, apesadumbrado.
    -Hace unos meses, yo andaba en bici por aquí, cuando alcé la mirada y lo vi. Vi a Martínez. Estaba colgado de una rama. Al principio pensé que se trataba de un muñeco que alguien había puesto allí como broma. Pero no era un muñeco, era una aparición. Sus pies aún pataleaban y emitía unos horribles sonidos de ahogamiento. Y luego quedó quieto. Era la hora de la siesta, recuerdo, y no andaba nadie en la calle. Yo corrí y me metí en mi habitación, y no volví a salir el resto de la tarde. Dos días después volví a verlo. Era de noche, y estaba a punto de dormirme cuando escuché un ruido afuera. Me asomé a la ventana: su cabeza, colgada de una soga, se balanceaba mecida por el viento. Y sus ojos… sus ojos estaban fijos en mí. Brillaban en la oscuridad. Cerré la ventana y recé hasta quedar dormido. Al día siguiente, Coli, mi perro, amaneció muerto.
    -Oh, por Dios- dijo Agustina, llevándose una mano a la boca.
    -Creo que será mejor que pares, ¿vale?- tartamudeó Federico, mirando de reojo a su amigos-. Estás asustando a Agus...
    -Mi perro estaba muerto en el jardín- alzó la voz Ramiro, sin poder contenerse-. Duro como una piedra. Lo enterramos en el patio, y cuando miré hacia el árbol, el tipo estaba ahí, colgado y sonriéndome burlón. Esa fue la última vez que lo vi. Por lo menos hasta hoy. Ahora quiero invocarlo. Quiero tenerlo cara a cara, y vengarme por la muerte de mi perro.
    -Estás loco- susurró Federico, ya incapaz de disimular el miedo-. ¿Qué rayos piensas hacer?
    -Hoy es Noche de Brujas, y la línea que nos separa del mundo de los muertos es más delgada que nunca-dijo Ramiro, sacando una cuchara de su bolsillo-. Esto pertenecía al muerto. Estuve leyendo un libro de magia negra, y sé cómo invocarlo.
    -Cállate de una vez, por favor- dijo Agustina, con voz desmayada.
    -Te invoco. Yo te invoco, Martínez- dijo Ramiro, colocando la cuchara entre sus manos ahuecadas. De repente sus ojos se pusieron en blanco y su cuerpo comenzó a mecerse de atrás hacia adelante, como sumido en un trance-. Te invoco en nombre de tu Señor, Amo y Morador de las Tinieblas. Deberás responder por la muerte de mi perro, y por todo el daño que has hecho en esta vida.
    -¡Cállate de una vez, imbécil! ¡Lo envenené yo!
    Por un momento, en la casita del árbol, nadie habló. Lenta, muy lentamente, Ramiro fue recuperando la compostura. Y luego observó a Agustina, con una expresión de dolida incredulidad.
    -¿De qué diablos estás hablando, Agus?
    -Lo odiaba- dijo la chica-. Odiaba a Coli. Lo siento. Cada vez que pasaba por ahí, tu perro trataba de morderme. Te dije que le pusieras correa, pero tú siempre te burlabas. Y un día no pude más y le arrojé carne envenenada. Por eso tu perro murió. No fue ningún maldito espíritu. ¡Fui yo!
    -No puedo creerlo…
    Quedaron los cuatro en silencio, sin saber qué decir y evitando cruzar las miradas. Y fue ahí que escucharon el crujido. Un crujido como el de una hamaca balanceándose en la oscuridad. Sólo que no había ninguna hamaca ahí afuera, y los chicos lo sabían. Se miraron entre sí, con los rostros contraídos por el miedo. Y entonces el árbol comenzó a sacudirse con violencia. Las hojas caían de a miles y se escuchaba el ruido seco de las ramas partidas. Se sujetaron de donde pudieron y gritaron hasta quedar roncos. La endeble puerta de la casita se abrió y Agustina fue la primera en caer al vacío. Le siguió Ariel y finalmente Ramiro. Quedó Federico, aferrándose con fuerza a una madera astillada que sobresalía de las paredes. Las sacudidas se hicieron más fuertes y el chico gritó y lloró al mismo tiempo.
    -Qué es lo que quieres?- chilló ya sin fuerzas-. ¿Qué es lo que quieres?
    Y escuchó una voz, una voz oscura y demoníaca desde profundidades del follaje, que decía:
    -Más perros. Más animales. Más sacrificios para nuestro Amo.
    -¡Lo haré!- sollozó Federico-. ¡Juro por lo que más quieras que lo haré! Pero por favor, déjame vivir...
    El árbol comenzó a inclinarse peligrosamente, y la casita de madera cayó.
    Federico fue el único y milagroso superviviente de la tragedia. Los otros tres murieron aplastados por el árbol. “El terrible accidente de la casita del árbol”, titularon los periódicos sensacionalistas.
    Cinco días después, la señora Perkins, vecina del barrio, como era costumbre se levantó temprano para barrer el patio. Se detuvo en la verja que daba a la calle y dejó caer la escoba, horrorizada. Sobre la acera, dispuestos en tétrica fila, había docenas de perros, todos inmóviles, todos muertos; sus vísceras estaban al descubierto y brillaban bajo el tibio sol de la mañana.